Liliana Colanzi, la joven latinoamericana, gana el premio de cuento Ribera del Duero
afirma la autora boliviana que: “Las escritoras no han sido olvidadas, que es algo inconsciente, sino silenciadas, algo premeditado”
Hija de una boliviana de la región amazónica del Beni y de un italiano de los Abruzos, Liliana Colanzi, que este domingo cumple 41 años, nació en Santa Cruz (Bolivia) y enseña literatura en la Universidad de Cornell (Estados Unidos). Recién llegada de Ithaca y aún bajo los efectos del desfase horario, en la sede de la editorial responde por enésima vez a la pregunta sobre su defensa del cuento como género: “Es como preguntarle a un músico por qué el piano y no la flauta. Es mi vehículo de expresión. Pero no tiene nada que ver con la comodidad. Siempre me resulta difícil. Este libro lo empecé en 2017. Hay escritores a los que les gusta saber hacia dónde se dirigen, saben incluso el final. Yo lo voy descubriendo a media que escribo. Eso es lo que me atrae de la escritura: descubrir aquello que no sabía que sé”.
En 2010, con 29 años, Colanzi irrumpió en la narrativa latinoamericana con Vacaciones permanentes, un conjunto de relatos que abordaba a sangre y fuego dos brechas muy concretas: la social (entre ricos y pobres) y la generacional (entre padres burgueses e hijos adolescentes). Descarnadamente urbano, realista y sucio ―o sea, más cerca de McOndo que de Macondo―, aquel libro llamó pronto la atención sobre su nombre, que terminaría en selecciones tan influyentes como Ochenteros, de la FIL de Guadalajara (México), o Bogotá 39. Fue, no obstante, Nuestro mundo muerto (2016), con guiños novedosos a lo rural y a lo sobrenatural, el título que la consagró como referente del cambio de paradigma generacional. En la larga resaca del boom, muchos escritores volcaron su imaginación en las ciudades para huir del realismo mágico, convertido en un exitoso pero asfixiante manierismo. Con menos prejuicios que sus predecesores, toda una generación de autoras volvió de nuevo la mirada hacia la fantasía, alimentada esta vez por la subcultura pop, los videojuegos y la ciencia ficción.
Dos frases resumen bien el universo de Colanzi. Por un lado, el título del curso que imparte en Cornell: Cíborgs, animales y monstruos. Por otro, el lema de Dum Dum, la pequeña editorial —dos títulos al año, tiradas de 500 ejemplares―que fundó hace un lustro: “Un pie en la selva y otro en Marte”. “Me fascina el paso del tiempo”, explica. “Y me interesa imaginarlo en una escala superior a la vida humana. Nuestro paso por el mundo es muy corto en comparación con la historia geológica. El planeta ha estado ahí antes que nosotros y seguirá después. Eso es lo fascinante de la literatura: tratar de imaginar lo que nos supera”. Por eso uno de los cuentos de Ustedes brillan en la oscuridad no está protagonizado por hombres o mujeres, sino por una cueva por la que van pasando diferentes criaturas a través de los siglos. “Ese es el reto de la ficción”, insiste Colanzi, “descentrar lo humano, asumir que no somos el centro sino un parpadeo en el universo. Me gustaría que mi próximo libro tratara del reino vegetal, que me fascina por lo enigmático y complejo que es. La literatura es la posibilidad de explorar aquello que nos resulta más ajeno y misterioso. Ese es el desafío: extender la mirada más allá de lo humano”.
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