Diego A. Manrique: Los misterios de Serrat

Diego A. Manrique: Los misterios de Serrat

Sobre Joan Manuel Serrat (Cúpula) tiene el aliento de un libro ambicioso. Según su autor, Juan Ramón Iborra, pretende “mostrar una versión híbrida, tripolarizada entre lo oral, lo documental y la época en la que vivieron tanto Serrat como el escritor”. Se conocieron en 1974, cuando Iborra era un estudiante de periodismo con ambiciones musicales, lo que le puso en el radar del legendario manager de Serrat, José María Lasso de la Vega.

En mal momento: Lasso de la Vega resultó ser un Harvey Weinstein reenviar la carta. Un episodio desagradable que no impidió que Iborra desarrollara una relación cordial con Serrat, manifestada a lo largo de los años en amplias y distendidas entrevistas, recuperadas en este volumen. El suspenso final del libro gira en torno a su petición de encuentro tras el concierto de despedida en 2022.

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Iborra destaca los incidentes que situaron a Serrat al frente de las polémicas. Como la negativa a participar en Eurovisión 1968 si no podía interpretar El el el en catalán. Aquí seguimos mayoritariamente la versión de los hechos desarrollada por Ángel Casas en su libro 45 revoluciones en España. No se explica la naturaleza de las presiones que obligaron a Serrat a incumplir el acuerdo inicial de cantar la canción tal y como había sido compuesta, en español.

Queda un misterio mayor: la tenaz voluntad de Serra de llegar al público en general; él subterráneo de Sisa o Pau Riba no era para él. Al año siguiente participó en otro festival espectacular. En el Festival Internacional da Canção de Río de Janeiro actuó con una melodía de un experto especialista en este tipo de concursos, Augusto Algueró. Penélope obviamente era superior a El el el, a pesar del sentimentalismo en la letra que era sello de la Casa Serrat.

 

Es posible imaginar que el recorrido del festival reflejó la influencia de Lasso de la Vega. El veto de Franco empujó a Serrat hacia América Latina, donde supo aprovechar una realidad efervescente. Emigrar fue una decisión meditada: se llevaron los arreglos orquestales de Dedicada a Antonio Machado, poetacomo lo demostró un formidable concierto chileno del mismo 1969.

Iborra advierte desde el principio de Sobre Joan Manuel Serrat que se niega a adentrarse en “los bajos fondos del periodismo cardiocasquería”, aunque no puede evitar recordar el romance entre el cantautor y la universal malagueña conocida como Marisol. Luego se hace eco de la especulación sobre la identidad de La pila, Canción maldita nunca publicada oficialmente: es una tierna mirada a una bella militante, atemperada por una dudosa alusión a Perón (quien, efectivamente, traicionaría a los Montoneros).

Iborra insiste en la relevancia de Serrat como referente ético. Eso tiene un precio: Pocas veces se habla del músico Serrat, de sus métodos de composición, de la producción de sus discos, de su visión empresarial. Este es un fallo común; El propio Joan Manuel evita temas que -parece- poco le apasionan. Pero tienen su importancia: acostumbrados a un ritmo regular, de un disco cada dos o tres años, en la última década se han limitado a discos en directo y una colaboración con Joaquín Sabina, La orquesta del Titanic que suena como una colección de modelos. No parece un buen final.

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